Por Tebni Pino Saavedra, Periodista
Población José María Caro, mediodía de un sábado cualquiera de este casi inicio de primavera. Los clientes del Almacén del Titín escasean. «Y el lucro también», nos comenta su propietario, un exonerado que tuvo que cambiar los mullidos sillones de una elegante oficina de Lan Chile, cuando era de todos y no de una sola familia, por un balcón por donde pasan diariamente penas, alegrías, sinsabores, amores frustrados y no pocos deudores que semanalmente llegan a ponerse al día y renovar un crédito que no requiere de aval ni de informes comerciales.
El Almacén del Titín es uno de los innumerables almacenes de población, lugar de concentración de copuchas, noticias frescas del día, confesiones inconfesables de clientes casi siempre al borde de la desesperación cuando el hambre aprieta y el desempleo no se retrata por las frías estadísticas del INE. Es una realidad cruda, cotidiana, amenazante, antesala de la desesperación que puede hacer llevar a cometer más de un pecadillo para aplacar el hambre de la familia.
Sobre todo en «la Caro», población que se instala en los arrabales de la gran ciudad allá por los idos de la década del 60, hoy consumida por la especulación inmobiliaria que, sin reparos, la cercó de innumerables departamentos «básicos».
Pero… volvamos mejor al almacén. «Hoy está menos difícil -nos cuenta Titín- porque la gente, como sea, se las arregla. Ya hubo épocas, sobre todo en dictadura, que las personas llegaban a comprar la mitad del 1/8 de aceite… daba pena», comenta.
Pero no se piense que la gente opta por un clásico almacén de población por los precios, pues hoy en día está cada vez más difícil hacerle la competencia a los supermercados y en la población José María Caro, hay, evidentemente, uno y en las cercanías, más de uno.
«Lo que pasa -cuenta su propietario- es que nosotros, los chicos, aún usamos la libreta y concedemos crédito (sin intereses, dígase de pasaje) a toda nuestra clientela».
Al fondo, Marquitos, fiel ayudante asiente con la cabeza, quizás perdido por los números que su «jefe» muestra, pues su función, más que parecerse al «Washington», el singular personaje que encarnaba Felipe Camiroaga en Televisión Nacional, es pesar de la manera más correcta posible las verduras, su departamento en esta historia.
Y los clientes, cada vez en mayor número, continúan llenando el estrecho pasillo que resta al modesto almacén entre verduras, ofertas del día, balcón y cajas vacías de bebidas de diferente marca.
«Es que hoy hay feria. Por eso no se ve tanta gente», alega, a modo de disculpa, nuestro entrevistado.
Mientras tanto, un reluciente billete de 10 mil pesos cancela la cuenta acumulada de la semana y aún sobra para adquirir algunas presas de ave, que harán las delicias de una familia, aunque sólo sea por ese sábado y, con algunos esfuerzos, engordar una sopa dominguera, con la doble alegría de saber que sus nombres fueron borrados de la libreta y el crédito, hasta el próximo sábado, garantiza el pan, el té, el azúcar…


