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    Kast, la fe y la mentira

    José Antonio Kast, candidato presidencial por el Partido Republicano habla con frecuencia de su fe. No es un detalle menor en su discurso: se declara católico, miembro de Schoenstatt, defensor de los valores cristianos. Habla de familia, de orden, de verdad. En teoría, la suya es una propuesta moral frente a una política que -según él- habría perdido el rumbo. Pero en la práctica, esa coherencia que predica parece resquebrajarse cuando la palabra “verdad” deja de ser un principio y se transforma en herramienta.

    Cada cierto tiempo, Kast vuelve a ocupar la agenda con afirmaciones imprecisas o derechamente falsas. Lo ha hecho en debates, en redes y en entrevistas, donde la exageración parece ser parte del libreto. No es una casualidad, ni un error de cálculo: es una estrategia. Y ahí surge el problema. Porque cuando la mentira se vuelve parte del método político, lo que está en juego no es solo la credibilidad de un candidato, sino la confianza de todos en la conversación pública.

    Lo paradójico es que quien apela constantemente a la moral cristiana parece olvidar uno de los mandamientos básicos: “No mentirás.” (Juan 8:44 «Padre de ustedes es el diablo, ustedes le pertenecen…porque es mentiroso»). No se trata de un detalle teológico, sino de una cuestión ética elemental. La fe, la de verdad no puede convivir con la manipulación.

    Esto no es nuevo, Joseph Goebbels, el jefe de propaganda del régimen nazi, dejó instalada la idea de que una mentira repetida mil veces siempre se convierte en verdad. Y aunque la comparación puede sonar demasiada extrema, el mecanismo es el mismo: repetir, amplificar, emocionar, dividir y convencer . En la era de las redes sociales, esa fórmula se actualiza con algoritmos, eslóganes y fake news. Kast, como otros líderes del populismo contemporáneo, como Trump, Milei, Bolsonaro y Orbán, al cual visita permanentemente, ha aprendido bien esa lección.

    Kast mintió sobre sus dineros en paraísos fiscales. Antes del 4 de septiembre de 2022, afirmaba que le quitarían sus casas a quienes tuvieran más de una o cuando aseguró que Daniel Jadue «podría ser ministro del Interior de Boric». Su imprecisión huele a mentira cuando afirmó que había «500 mil niños trabajando en La Araucanía», cuando el último censo registró 184 mil 907 menores de 14 años.

    Pero uno esperaría algo distinto de alguien que pone su fe en el centro. Porque si la religión se convierte solo en una estética de campaña, en una bandera que se agita mientras se violan sus propios principios, lo que queda es una gran impostura.

    La política chilena puede soportar las diferencias ideológicas; lo que no puede soportar es la mentira como norma. Y en ese punto, Kast tiene una deuda pendiente: reconciliar el credo que profesa con la forma en que ejerce la palabra pública. Porque de nada sirve predicar valores si la verdad termina siendo la primera víctima del discurso.

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