Por Tebni Pino Saavedra
Localizado a 100 km. de Vallenar, el Parque Nacional Llanos de Challe alberga alrededor de 200 especies de flores que cada año y hace ya algunas décadas, viene presentado el espectáculo que se denomina Desierto Florido.
Según la agrónoma de la Universidad Católica, Josefina Herp, “este fenómeno ocurre cada cierto número de años (se habla de entre cinco a siete, o diez años), generalmente asociado al fenómeno de El Niño; cuando se acercan aguas tropicales cálidas a estas costas, se produce una mayor evaporación, y por tanto, también altas precipitaciones”.
Así, cuando muchas de las semillas y algunos órganos subterráneos como bulbos, tubérculos o rizomas “despiertan” de su estado de latencia, germinan o brotan. Se dice que deben caer al menos 15 mm de lluvia para que esto suceda”, concluye la agrónoma, hecho que ha venido ocurriendo con frecuencia en los últimos años.
No es sin embargo el aparecimiento de flores ni el pasto que tiñe de verde cerros y valles, que llama la atención. También una gran cantidad de pajaritos que alegran a los visitantes. Así, no es bueno imaginar un bosque frondoso de flores. En apariencia el desierto florido para quienes viven en el centro y sur del país podría resultar un fiasco. Pero no lo es.


Fotos T.Pino
Todo lo que se observa, incluyendo los cerros verdes, está formado por una vegetación bajita que tiene, desde diciembre a septiembre del año siguiente el intenso color café del desierto. O sea el color de la tierra y por lo mismo cada flor o cada planta es única y por lo mismo vale por la soledad con que nació, creció y se mostró.
Es la presencia marcante en la geografía que a poco llegar a la frontera de las regiones de Atacama y Coquimbo muestra colores inusualmente verdes, rosados, blancos o violetas en sus cerros y valles y que golpean a la vista de los visitantes.


Fotos T.Pino
Es lo que ocurrió a este reportero que, viajando desde el centro del país, decidió establecer su base de operaciones en La Serena y avanzar hasta Vallenar para desde ahí internarse en el desierto siguiendo la ruta que lleva incluso a Bahía Inglesa o Caldera. Pero. Paremos en las cercanías de Carrizal Bajo. Ahí se encuentra el Parque Nacional Llanos de Challe, celosamente conservado por los funcionarios de Conaf.


Senderos debidamente demarcados obligan al visitante a permanecer en el espacio permitido y evitar así pisar flores, espantar aves o pequeños animales que, atraídos por la vegetación, circulan libremente entre plantas y flores. Sin embargo la prensa (y los guardias de Conaf) dan cuenta de personas irresponsables que creyendo que arrancar una flor podrá reproducirse en sus patios o maceteros.
Los pequeños pájaros, por su lado, parecieran no temer al ser humano y en un ejercicio incomprensible permanecen quietos mientras este dispara sus cámaras fotográficas o registra para la posterioridad un video del dulce y extraño trinar de sus gargantas con sus teléfonos celulares.
Algunos kilómetros más al norte del Parque una pequeña jaula nos llama la atención. Es la Garra del León, así llamada una rosa de un rojo intenso y que a juicio de los lugareños es “la reina del desierto florido” pues su nacimiento y sobrevivencia dependen de varios factores, principalmente del cuidado que se debe observar y que por lo mismo exige instrucciones que deben ser observadas por los visitantes.


Fotos T. Pino
Transcurre así una jornada de varias horas pues la contemplación de la maravilla de la naturaleza hace con que hasta el más inquieto o agitado visitante camine lentamente entre los senderos, se detenga a contar incluso las gotas de rocío que permanecen por horas en los pétalos de flores intensamente amarillas.
O simplemente no se mueva cuando observa un pajarito iniciar un concierto que seguramente no oirá en muchos años, a no ser que retorne un día para mostrar a otros que los milagros existen y que el desierto más árido del mundo es capaz de esperarlo con una sonrisa expresada en innumerables colores.

Al iniciar el retorno desde Vallenar, sin embargo, un manto rosado en medio de una pequeña loma nos detiene. Es quizás el último e inmenso vestigio que alerta al viajero y lo obliga a nuevamente tomar una foto, hacer un video o simplemente maravillarse con aquello que nuestros abuelos siquiera pudieron imaginarse y que desde la década de los 90 nos maravilla y atrae turistas de todo el mundo.
La Serena, entre tanto, nos espera con sus papayas en conserva y sus mermeladas de copao. También con la clásica Recova donde descubrimos lo mejor de la gastronomía chilena, “El punto del sabor”.
Allí María, su propietaria, una colombiana de Medellín nos recibe con los mejores precios en su local del segundo piso, parada obligatoria si el cansancio y el sentirse en casa nos exige detenernos porque esta inmigrante no es apenas una excelente anfitriona sino que además genera empleo a varios chilenos que tienen en ella más que una “patrona”, una verdadera amiga y compañera.


