Por Valentina Ulloa
En pleno 2025, sorprende ver que muchas empresas siguen gestionando su tributación como hace dos décadas: con planillas Excel interminables, archivos dispersos y procesos manuales que dependen casi por completo de la memoria y precisión humana. Lo que parece una rutina administrativa “normal” es, en realidad, una bomba de tiempo que consume recursos, incrementa riesgos y erosiona la competitividad en silencio.
El costo de no modernizar la gestión tributaria no siempre es visible en los estados financieros, pero se siente en todos los niveles de la organización. Cada hora que un equipo contable dedica a ingresar datos manualmente en lugar de analizarlos es una hora que deja de invertirse en decisiones estratégicas. Y cada error humano, por pequeño que parezca, puede escalar en multas millonarias, sanciones reputacionales y hasta fiscalizaciones que paralizan la operación.
Los ejemplos abundan. Basta una clasificación incorrecta en el kardex tributario para arrastrar inconsistencias que el Servicio de Impuestos Internos detecta meses después, generando ajustes retroactivos y recargos. O el típico desfase en la conciliación de inversiones, que termina obligando a las empresas a pagar intereses por declaraciones tardías. Incluso errores tan simples como ingresar un valor equivocado en una planilla pueden transformarse en gastos imprevistos que golpean directamente la caja.
La pregunta es: ¿cuánto cuesta realmente seguir operando así? Más de lo que se cree. No se trata solo de multas o recargos, sino de pérdida de eficiencia. Según estudios de productividad, los equipos contables dedican entre un 30% y 40% de su tiempo a tareas repetitivas que podrían automatizarse, lo que se traduce en semanas de trabajo desperdiciadas en procesos que la tecnología puede resolver en minutos. En un escenario donde la velocidad y precisión son claves, esta inercia significa quedarse atrás frente a competidores que ya han dado el salto digital.
A esto se suma un factor crítico: la creciente fiscalización digital. Hoy, los sistemas de recaudación cruzan datos en tiempo real con inteligencia artificial, identifican inconsistencias automáticamente y elevan los estándares de control.
En este contexto, depender de procesos manuales no solo es ineficiente, sino que expone a las empresas a un escrutinio constante en el que cualquier error, por mínimo que sea, queda al descubierto.
Modernizar la gestión tributaria ya no es una opción estética o un “lujo tecnológico”, sino una necesidad operativa. Las empresas que persistan en lo manual seguirán pagando el precio invisible de la lentitud, el error y la desalineación con un entorno fiscal cada vez más exigente. Por el contrario, aquellas que inviertan en digitalizar y automatizar sus procesos no solo reducirán riesgos y costos, sino que liberarán tiempo valioso para lo que realmente importa: pensar estratégicamente y crecer.
Porque al final, la pregunta no es si se puede seguir trabajando como antes. La verdadera pregunta es: ¿cuánto más estás dispuesto a perder por no cambiar?