En la casa, a la hora de comer, en la micro o hasta caminando se puede ver a niños, niñas y adolescentes “pegados” a la pantalla. Y es que el uso cotidiano de distintos dispositivos digitales por parte de los menores alcanza niveles insospechados.
Se ha normalizado la “inmersión digital” a una temprana edad y los tiempos de exposición superan los recomendados. Y aunque el mundo digital está ligado tanto al entretenimiento como a la educación, el acompañamiento y guía de padres es fundamental.
Así lo explicó Tomás Rau, profesor y exdirector del Instituto de Economía UC, quien, tras “la observación de un excesivo uso de pantallas por parte de los niños con tablets o celulares desde muy temprana edad, como también por las discusiones al respecto en los colegios”, realizó un estudio junto a Florencia Daniel, investigadora de Clapes UC, que buscó estimar el efecto de la exposición a Internet móvil en el desarrollo cognitivo y socioemocional de niños en edad preescolar y escolar en Chile.
El informe reveló “un impacto positivo significativo en el vocabulario receptivo, pero un efecto negativo en el desarrollo socioemocional de los niños evaluados en la Encuesta Longitudinal de la Primera Infancia (ELPI)”. El experto añadió que “existen diferencias estadísticamente significativas entre los menores que viven en zonas urbanas o rurales, ya que solo estos últimos experimentarían los efectos del acceso a Internet móvil», afirmó.
Para el economista, “uno de los canales importantes que encontramos detrás del efecto negativo de menores que pasan mucho tiempo frente a las pantallas, es que sus padres los llevan menos horas a jugar a parques o a visitar a amigos. Sospecho que una forma de contrarrestar dichos efectos es incentivando a los padres a retomar las actividades sociales o interacciones con otros niños, para lo cual se requiere un enfoque multidisciplinario”, comentó.
“EL USO DE PANTALLAS ES ALGO PREOCUPANTE”
«Cuando almuerza, ve ‘monos’ (dibujos animados). No debería, pero a veces no quiere comer, entonces le pongo los monos y ahí ella empieza a comer de lo más bien. Le gusta el perro Chocolo… Aparte con los monos igual aprende, por ejemplo, ‘este es el sonido del perro’, ‘el caballo’, ‘la vaca’. Entonces, ella va repitiendo los sonidos, po’… le ayuda a aprender».
El testimonio representa una de las tantas situaciones relatadas en el análisis etnográfico “Efectos de las pantallas en niños y niñas menores de 5 años: Orientaciones dirigidas a padres y madres para su uso”, realizado por el Centro Justicia Educacional (CJE).
El informe es parte del estudio longitudinal “Mil primeros días”, que sigue a 1.000 familias de Santiago para analizar cómo las prácticas de cuidado se relacionan con el desarrollo infantil hasta la educación básica, y está enfocado en los efectos del uso de pantallas en niños y niñas menores de 5 años.
“Cuando partimos, los niños tenían 1 año y ahora ya tienen 7. En base a lo que fuimos observando, apareció el uso de pantallas como algo preocupante”, comentó Marigen Narea, investigadora del CJE y académica de la Escuela de Psicología UC.
En el documento se destaca cómo la pandemia de COVID-19 provocó un alza de las actividades dentro del hogar, entre ellas, el uso de celular, computador, televisión, tablets y consolas de videojuegos; además, frente al cierre de colegios, muchos niños recibieron contenidos pedagógicos y clases vía remota, por lo que las pantallas permitían “dar continuidad a los aprendizajes”.
Ese uso excesivo provocó que la UNICEF planteara, en 2021, su preocupación por el aumento del uso de los dispositivos en la salud física y emocional de los menores. Se advertía que ello podía repercutir en síntomas ansiosos, empeoramiento de la calidad del sueño y en la salud física, tanto por sedentarismo como por la asociación con el consumo de comida no saludable frente a las pantallas (mucho antes, en 2016, el Foro Económico Mundial ya había planteado una inquietud similar).
“Lo importante es más bien lo que deja de hacer el niño cuando ve pantallas, lo que se asocia a resultados negativos; y el tiempo de exposición, el contenido y la mediación que se realice al usar las pantallas”, explicó la investigadora del CJE.
DESARROLLAR HABILIDADES PARA DESENVOLVERSE EN EL MUNDO DIGITAL
“El problema no es la tecnología en sí, sino el uso que se le da a ella”, afirmó Francisco Aboitiz, profesor de la Facultad de Medicina y director del Centro Interdisciplinario de Neurociencia UC, junto a Florencia Álamos, investigadora de esa misma unidad y del Centro de Bioética UC.
Si bien la evidencia muestra que los efectos son más intensos cuando la exposición a las pantallas es más temprana (menos de 7 años), es probable que las nuevas generaciones vivirán cada vez más inmersas en las pantallas en su vida personal y laboral; y probablemente tendrán que desarrollar habilidades especiales para desenvolverse en este mundo.
Los académicos citan un estudio realizado por la University College London (UCL) en Corea del Sur, donde las pantallas están estrechamente incorporadas en el proceso educativo, y se consideran parte de la vida y el aprendizaje. “En el reporte se afirma que los docentes prestan especial atención al propósito de su uso, habiendo una constante supervisión y acompañamiento, no solo del tiempo de exposición sino de sus contenidos”.
Según los investigadores UC, el gran problema del uso de pantallas en la sociedad occidental “es el uso indiscriminado y sin supervisión de estos aparatos en niños de poca edad”.
Entre los aspectos negativos destacan: el uso de tiempos que podrían usarse en actividades más saludables o creativas; conductas de tipo adictivo hacia las pantallas, y la exposición temprana a redes sociales, con todas las consecuencias que estas implican, como la invasión a la privacidad, el ciberbullying, problemas de identidad y la falta de capacidad de tomar decisiones acerca de la vida.
EL FENÓMENO DEL “ENTRAINING”
Hay una serie de factores poco analizados relacionados con el uso excesivo de pantallas, entre ellos el “entraining”, el cual hace alusión a inducir un patrón oscilatorio en el cerebro a través de la estimulación sensorial.
“Nuestros cerebros operan en base a oscilaciones de actividad electroquímica (como la que monitoreamos en un electroencefalograma); diversos tipos de oscilaciones se han asociado a distintas funciones cognitivas. Cuando establecemos una comunicación fluida con otras personas, nuestros cerebros sincronizan significativamente sus oscilaciones con las de los otros. De manera similar, cuando vemos una película, nuestros cerebros ajustan sus oscilaciones a la frecuencia de imágenes de la película, de manera que quedamos “enganchados” a ella”, explicó el académico Francisco Aboitiz.
El experto aseguró que al usar dispositivos digitales es muy probable que ocurra un efecto similar. “Cuando el uso del celular es demasiado intenso (digamos, más de 6 horas al día), el cerebro se “setea” en un patrón oscilatorio que no es el natural”.
El cerebro oscila a frecuencias más lentas y va alternando los estados atencionales, aseguró Aboitiz, al centrarse en una tarea externa, distraerse con el entorno, cambiar de foco, o al realizar introspección. “Una vez más, el uso continuo de las pantallas afecta este proceso y no sabemos bien las consecuencias que esto tiene”, afirmó.
“Por ejemplo, se ha observado que el uso excesivo de pantallas se asocia a mayor incidencia de TDAH, pero aún no es clara la relación causal entre ambos fenómenos, es decir, si el TDAH induce el uso de pantallas o viceversa”, dijo el investigador.
COMPLEJA REGULACIÓN
Para poder regular las horas que los jóvenes están frente a las pantallas, algunas compañías tecnológicas como Meta –en Instagram, Facebook y Messenger– han añadido más restricciones a las cuentas de adolescentes como una manera de reforzar la seguridad infantil, limitando contenidos no apropiados y contactos no deseados (por ejemplo, no reciben notificaciones entre las 22 y las 7 hrs., y los padres pueden supervisar los mensajes que reciben). Según se informó en la prensa, estas medidas ya están activas en Estados Unidos, Reino Unido, Australia y Canadá, y pronto deberían aplicarse en otras latitudes.
Pero a pesar de estas medidas, los especialistas coinciden en que regular este fenómeno es complejo. Para Francisco Aboitiz, “está la idea de restringir el tiempo usado en las pantallas, pero hay evidencia de que eso puede no bastar. Un estudio reciente en Inglaterra no pudo encontrar evidencia de que la restricción del uso de celulares en las escuelas tuviese un efecto en el bienestar mental de los alumnos. Las conclusiones son que la restricción en los colegios es posiblemente insuficiente y se requiere un esfuerzo coordinado de las familias y el sistema escolar”.
Respecto a las medidas que deberían adoptar las familias, profesores y/o equipos directivos de establecimientos educacionales, Francisco Aboitiz y Florencia Álamos apuntaron a un trabajo integral y coordinado entre familia y escuela.
“El uso debe ser regulado en dos aspectos: la restricción del tiempo de uso, y la supervisión y guía por parte de adultos. Respecto al tiempo, basándonos en las recomendaciones de la academia de pediatría de EE. UU. y también la canadiense, recomendamos evitar el uso por completo hasta los dos años; luego, hasta los 5-6 años, máximo una hora al día, acompañado y con contenido de alta calidad. Posteriormente el uso debe ser limitado asegurando que no interfiera con el sueño, ejercicio, lectura, relaciones humanas y juego libre, ya que estos son esenciales para un buen neurodesarrollo”.
De acuerdo a Tomás Rau, se debería normar el uso de pantallas en los colegios y concientizar a los padres o cuidadores respecto de los potenciales efectos nocivos en el desarrollo socioemocional. “Nadie dice prohibir su uso, pero sí regular las horas y el tipo de aplicaciones”, dijo.