El triunfo de Jeanette Jara en las elecciones primarias presidenciales, en Chile, ha provocado una ola enorme de comentarios de todo tipo, no sólo en el país sudamericano, sino en el mundo también. Comentarios sobre la baja votación voluntaria del proceso, hasta el desastre que significaría que una militante comunista llegara a dirigir los destinos de Chile. Voces en castellano y en otras lenguas muy diversas.
Sin embargo, no he escuchado demasiado sobre lo que significa un compromiso firmado e informado a medio mundo, previo al inicio de la contienda, que explica que se trataba de conformar un bloque político de progresismo de izquierda. De unir fuerzas con objetivos más o menos comunes, pero todos apuntando hacia el beneficio de las grandes mayorías populares.
Sin duda, antes se daba por seguro el triunfo de una candidata de la izquierda “moderada” y que se buscaba aglutinar fuerzas políticas que le dieran peso a su candidatura, que asumieran en conjunto la responsabilidad de llevar a la Moneda a una persona con experiencia en la gestión gubernamental y que fueran capaces de vencer a una derecha dividida, que se debate entre democracia y caudillismo ultra.
La sorpresa saltó cuando la ganadora de las primarias era una mujer que despunta en los liderazgos de la política nacional, que tiene militancia antigua en el Partido Comunista y que se debate entre la ortodoxia de su partido y su voluntad de expresar una nueva forma de asumir responsabilidades ciertas de gobernar con todos y para todos.
Claro que es difícil creer una metamorfosis de gran calado, pero hay elementos que le dan credibilidad a un proyecto que no era el suyo, pero que asumió desde un principio, azuzada por la gente que no olvida el sufrimiento humano, pasado recientemente en la Historia de Chile, y cuya herida no termina de cerrarse.
Pero es necesario asumir el compromiso suscrito, dar validez a un proceso democrático aireado a los cuatro vientos y que movilizó a similar cantidad de votantes voluntarios en primarias anteriores. Es imperativo que la política buena surja de entre el revuelo y asomen las razones verdaderas que hubo antes, durante y ahora de aquella ventana democrática abierta para que se renueve la ilusión popular.
Jeanette Jara demuestra madurez al ponerse al frente y demostrar que ella asumió la tarea de competir para representar el importante sector de la izquierda progresista de Chile. Y convoca a todos los líderes de la contienda para iniciar el proceso de configuración del Programa de Gobierno unitario, no del PC solamente. Cambia su sede central, como un gesto simbólico de que su intención es verdadera. Y que está dispuesta a asumir ella este nuevo compromiso de ser consecuente con la idea de la Unidad del progresismo chileno.
Me dijo un amigo francés, en conversación telefónica nada más conocerse los resultados oficiales de las Primarias Presidenciales: “Chile tiene ahora una oportunidad muy importante para demostrar que está por la Democracia verdadera, que no está por los extremos de la política y que reconoce un liderazgo nuevo que, desde la izquierda dura, es capaz de unirse al progresismo moderado. Es el comunismo que reconoce sus errores y avanza con decisión por el camino del posibilismo político”.
No deja de tener razón mi amigo, un veterano pensador de la política en el mundo, que desde un sitial del saber observa los movimientos sociales con fundamento. Por lo mismo, es necesario que los compromisos se cumplan, pero que lo hagan con la misma voluntad conque se suscribieron en su día. El Programa de Gobierno es la línea, el liderazgo tiene la obligación de cumplirlo, y el pueblo progresista lo debe exigir.
No es sólo un anhelo, es una exigencia social que las grandes mayorías, desorientadas por tantos errores provocados por la mala política, empujan para recuperar el camino del progreso, la justicia y la equidad.