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    La memoria selectiva del «socialismo democrático»

    La frase “maldito infierno” de Oscar Landerretche secó el magro engrudo político que ha unido a la coalición oficialista. Sus dichos, con los que uno puede o no estar de acuerdo, golpearon justo la identidad de la coalición además de la coherencia del llamado “socialismo democrático”.

    Este ingresó al gobierno como invitado después de perder la elección presidencial. Justo en el momento de los primeros tropiezos del FA. El anfitrión les entregó las riendas de todo el aparato: Interior, Hacienda, Defensa, OO.PP. y Vivienda, junto con neutralizar Relaciones Exteriores y Justicia. ¿Qué más? Todo con la idea de estabilizar un gobierno carente del arte de gobernar.

    Pero el “socialismo democrático” no es ni una fuerza orgánica sólida ni tampoco doctrinaria. Es fácticamente un par de timbres y escasas ideas comunes sobre un proyecto país. Con excepción de una maciza memoria selectiva de negocios, especialmente si atingen directamente al Estado. Ello, naturalmente, implica un pensamiento sobre la Política.

    Parece obvio que la naciente elite política frenteamplista que ganó electoralmente el gobierno de turno se molestara. Su ascenso tuvo como base las movilizaciones estudiantiles y en marcha vertiginosa pasó de la universidad a gobernar el país. Con un discurso en contra de todo; los abusos del modelo, el ejercicio autoritario del poder, la inconsecuencia de los políticos y, sobre todo, la corrupción. Que olvidara sus malos pasos es parte de la ferocitas juvenil de la política. Siempre será mañana porque hay tiempo. Y podemos volver.

    Es en ese proceso que se produjo el “maldito infierno de Landerretche” el año 2019. Que arrastró de todo, bueno y malo, de la fuerza social fraccionada y sin representación caracterizada por el auge de movimientos sociales. Una masa sin voluntad de autocrítica y control, ni capacidad para gestionar y dar contenido a una administración pública en forma. Llegaron con toda la fuerza de la calle, sin cultura de gobierno, sino solo de asamblea, y s instalaron a habitar el poder.

    Y ahí estuvo “el socialismo democrático”, travestido de experiencia pese a su decadencia, para ayudar a manejar el Estado. Y lo hizo como propietario, de algo que no había ganado, y a la cabeza de una alianza de gobierno que no había querido y de la cual era adversario.

    Según lo advertido por Carolina Tohá, él hizo vocería de sí mismo. Aunque dadas las circunstancias el socialismo democrático tiene poco que ofrecer. Seguridad policial y más carabineros, FF..AA. en la calle, mano dura con la inmigración y no a la inflación, difiere poco de la oferta de la corporación MKK de la derecha política. Las débiles estructuras del Estado de Chile no permiten mucho más.

    Así, no es programa o una continuidad feble sino un candidato con menos rechazo por parte de una población cabreada y cuya carga electoral se estiba hacia la derecha.

    Culpas de algo ¿quién las acepta? Nadie. De la eventual derrota, la imagen de desgobierno y el sistema político. Y el estallido social. Las elites no aceptan que en algún momento en la década pasada el país pasó de facto de un presidencialismo centralizado e inútil, a un parlamentarismo ilegítimo y cretino, completamente en desacuerdo con la ciudadanía.

    Por ello el tema de fondo es la mayoría parlamentaria y no la elección presidencial como lo veremos en las próximas semanas cuando la pregunta del millón de la política sea con cuantas listas competimos. Mayoría que es simplemente de obstrucción parlamentaria. Nada de esto es responsabilidad del estallido social. Tampoco de los dos procesos constitucionales fracasados. Es responsabilidad de los políticos que gobiernan. Un pequeño predicado que se le olvidó a Landerretche.

    En todas partes la relación entre política y memoria es selectiva en las campañas electorales. Pero en ningún país lo es tan descaradamente como en Chile, según convenga al argumento de ocasión. Incluso existe métrica lingüística como “en la medida de lo posible”; “desencuentro de los demócratas”; “gobierno cívico militar”. Las cosas malas la memoria selectiva trata de olvidarlas por decisión administrativa. Algo propio de comunidades cívicas sin autocontrol que rehúyen persistentemente recordar lo malo de su pasado, analizarlo y corregirlo. Que construyen su narrativa política siempre como un nuevo futuro, cualquiera sea su óptica doctrinaria. Siempre a partir de cero.

    La opinión fuerte de Landerretche , es un ¿y yo, por qué no? Habló como candidato, pero de modo ambiguo. Si lo hiciera un poquito más claro, es posible que yo votara por él. Total, si se acepta a alguien como Franco Parisi que vive como inmigrante en USA, creo que Oscar Landerretche tiene más méritos y nunca se ha llevado una sola luca de los estudiantes. Tiene la ferocitas de los 52 años.

    Del resto, solo queda esperar los resultados del domingo 29 de junio y luego, los operadores a reinterpretar la realidad de manera instrumental o netear la verdad. Lo que ha sido deporte nacional en el centro izquierda con cracs como Elizalde. La construcción de identidades falsas y la manipulación de la opinión pública puede hasta traer una ley mordaza y nuevas etiquetas políticas, como lo vocea el socialista Alfonso de Urresti.

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