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    El vía crucis de Mario Bergoglio

    FRANCISCO, al morir nos dejó como testamento algunas de sus ideas y consejos que constituyen, en resumen, el valioso pensamiento de su vida.

    Sigan haciendo lio, le dijo a la juventud, para que no permanezcan impávidos, antes los cambios vertiginosos, que la sociedad planetaria está ejerciendo sobre ellos: mis queridos rebeldes del bien, no dejen que les roben la alegría ni la capacidad de asombrarse.

     A los sacerdotes, obispos, a toda la Iglesia, no se conviertan en funcionarios de lo sagrado. Sean pastores. Con las manos sucias de tanto servir y el corazón encendido de ternura. Tantas veces que insistió, en este predicamento a sus hermanos del clero

    Cuiden la tierra. Defiendan la dignidad humana. Y cuando se reúnan a comer dejen una silla libre. Que sea para el pobre, Que sea para Jesús. Siempre fue su principal preocupación eclesiástica. Los descamisados de su país y del mundo.

     Dios no se fue. Esta con vos. Aunque lo sientas lejos. El camina en tus pasos cansados. Yo me voy en paz. No porque no haya dolor. Confió en ustedes. En su compasión. En su alegría. En su fe, aunque sea chiquitita como una semilla de mostaza,

     No esperen que el mundo cambie. Sean ustedes el comienzo. Transformar la sociedad actual en una más justa es nuestra tarea. ¡Ahora ya! Mañana puede ser demasiado tarde, con imprevisibles y catastróficas consecuencias.

    El papa, en sus últimos momentos, tuvo la lucidez de testimoniar con su mensaje el verdadero sentido de toda una vida sacerdotal. Supo dejar el mensaje a toda la humanidad. Sean estos cristianos o no. Sin diferencias de raza, de color, de género, menos aún su condición social. Su misión abarcaba a todos y a todas sin distinción, concibiéndolos como hijos o hijas de un mismo Dios.

    Con la sencillez que le caracterizaba, trató siempre con humildad, llegar a ser comprendido y asumido, nos dejó como herencia su bello testimonio final. Una carta que no perturbe a nadie. Al contrario, conmover a todos y a todas, encontrar el verdadero sentido a la vida, la existencia que nos toca vivirla en plenitud.

    MARIO BERGOGLIO, fue un sacerdote argentino que cruzó la Cordillera de los Andes, para continuar sus estudios en el seminario jesuita de San Alberto Hurtado, donde permaneció por mas de dos años, preparándose para enfrentar el mundo real.

    Chile le abrió las puertas y con otros de sus hermanos jesuitas, conocieron la pobreza, el abuso a los trabajadores, la explotación infantil, el maltrato a las mujeres, personas de carne y huesos que sobrevivían en condiciones infrahumanas, en las tristes poblaciones callampas, de ayer. Hoy los múltiples campamentos de tomas ilegales, porque no tienen un techo donde vivir.

    Nada de diferente, en los arrabales, de las callecitas del gran Buenos Aires, ejerciendo como “cura” de barrio donde hasta Cristo está ausente. Producto de la corrupción generalizada, en una nación tan rica como Argentina, a la que nunca más volvió, por el reiterado maltrato de sus compatriotas, los que no supieron valorarlo.

    Compartió con su amigo Jorge Luis Borges, “Yo creo que es mejor pensar que Dios no acepta sobornos”, lapidaria frase a los gobernantes tránsfugas.

    Cultivó una rica amistad con su colega y amigo, el Cardenal Raúl Silva Henríquez, cuando ambos fueron Obispos. Amistad que los llevó a coincidir en Puebla (1979) formulando su opción por los pobres en América Latina. Posteriormente con Juan Pablo II, “Los pobres no pueden esperar” que promovió dicha opción. Benedicto XVI en Aparecida (2007) “, fue el accionar definitivo, para una Iglesia ausente.

    Electo en el 2013, tras cinco votaciones, el Colegio Cardenalicio lo ungió el primer papa latinoamericano, como también el jesuita que asume, el peso de la cruz de una Iglesia en crisis. El cisma eclesiástico se expandía por el mundo católico.

    Simplemente lo arrojaron a las feroces fauces del Vaticano, donde a diario conocíamos, solo una parte de la degradación interna, que envolvía la mayoría de las órdenes episcopales, incluida la suya, con denuncias de pedofilia y una desenfrenada carrera por el poder y la riqueza, personal de cada cardenal, obispo, o sacerdote.

    Fe, aquella que sustenta a la Iglesia Católica se fue difuminando. Los y las fieles a pie se alejaron con justa razón de sus parroquias. Lo peor: sus líderes cayeron como ídolos de barro. La conferencia episcopal chilena tuvo que renunciar en su totalidad, por los abusos cometidos. Una mancha difícil de sacar, hasta que no se castiguen severamente a los culpables, donde estén.

    Mario dio toda su vida al servicio de Cristo, con su espontánea mística. Francisco vivió doce difíciles años como Papa: jamás querría que le inventen un par de milagros para declararlo Santo, porque nunca descansaría en paz.

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