Miguel Ángel San Martín, desde Madrid
La sociedad mundial ha olvidado el verdadero espíritu de la Navidad. Más de medio centenar de guerras en diferentes partes del mundo, causan miles de muertes de inocentes, niños, ancianos, mujeres.
El Papa Francisco, en su Mensaje de Navidad, lanzó un dramático llamado a recuperar la paz. Dijo: “Invito a todas las personas, a todos los pueblos y naciones a armarse de valor y hacerse peregrinos de esperanza, a silenciar las armas y superar las divisiones”. Aludió a la ”martirizada Ucrania” diciendo “Que se tenga la audacia de abrir la puerta a las negociaciones y a los gestos de diálogo y de encuentro, para llegar a una paz justa y duradera”.
También se refirió al Oriente Medio, pidiendo “que callen las armas, con los ojos fijos en la Cuna de Belén” y dirigió su pensamiento a las comunidades cristianas de Israel y Palestina, en particular a Gaza, donde la situación humanitaria es gravísima. “Que cese el fuego, que se liberen los rehenes y se ayude a la población extenuada por el hambre y la guerra”, dijo el Papa.
La ética y la moral humana están puestas a prueba en los tiempos que corren. Es imposible permanecer en silencio y observar con pasividad tanta barbarie.
Pero, además de esos temas tan brutales, hay situaciones menores que ocurre en diversos países y que también afligen a sectores sociales vulnerables.
Por ejemplo, en España, el Rey Felipe VI, utilizando igualmente su tradicional Mensaje de Navidad, pidió consenso y serenidad frente al ruido del debate político público. Es que en este país no se está haciendo política real en los lugares donde se debe hacer. Hay un Gobierno que intenta dialogar y una oposición que torpedea cualquier iniciativa, cualquier proyecto para avanzar en el desarrollo de la sociedad. No hay intercambio de ideas, sino intercambio de insultos. No hay presentación de iniciativas para analizarlas en conjunto, buscar consensos y conseguir realizarlas.
El monarca hispano dijo: “Insto a las Instituciones y a los políticos a que atiendan la demanda clamorosa de serenidad, ante una contienda política legítima, pero que en ocasiones es atronadora”. Pidió con énfasis “el diálogo y el consenso para nutrir la definición de voluntad común y la acción del Estado”. También hizo un llamado “a no permitir que la discordia se convierta en un constante ruido de fondo que impida escuchar el auténtico pulso de la ciudadanía”.
Estos dos ejemplos nos permiten ver con claridad que la Humanidad necesita recordar el verdadero sentido ético y moral de la realidad que deben vivir las naciones. Descartar la violencia que destruye vidas, ciudades y países. Impedir la acción destructiva permanente en la marcha política de las naciones, que ralentiza e impide el desarrollo de las sociedades locales.
Son dos aspectos disímiles pero que dejan al descubierto que la Humanidad retrocede en vez de avanzar. Y en medio de todo esto, están los pueblos, las grandes mayorías vulnerables, sufriendo situaciones que ofenden a la moral y a la inteligencia humana.
Debemos pensar en esto y descubrir que estamos retrocediendo o avanzando en la dirección equivocada, porque el verdadero espíritu moral de la acción humana transita por los derroteros de la comprensión, del entendimiento y de la paz, con progreso y equidad social.