Por Miguel Ángel San Martín, desde Madrid
Debemos ser claros y sinceros. Tras las elecciones presidenciales en Venezuela y los consecuentes comentarios y declaraciones internacionales, se nos debiera abrir una posibilidad de dar una mirada responsable a la realidad que vive América Latina. Necesitamos un diálogo franco y abierto, porque da la impresión que nos estamos dividiendo en la región y eso es peligroso para nuestro crecimiento común y para la construcción de una Latinoamérica fuerte en el concierto internacional.
Los resultados dados a conocer por las autoridades venezolanas, a poco de cerrarse las mesas receptoras de sufragios, provocó una división de criterios preocupante. Por un lado, despertó el apoyo incondicional a la reelección de Nicolás Maduro de países como Cuba o Nicaragua. Pero otras naciones con gobiernos considerados de izquierda, como el de Chile, Colombia o Brasil, han emitido comentarios con reparos y dudas a dicho resultado, pidiendo pruebas contundentes tales como las actas de las mesas receptoras de sufragios. El gobierno de Bolivia, que en un principio se sumó al reconocimiento inmediato de dichos resultados, acosado por presiones internas, matizó después señalando que sólo se había ceñido al protocolo internacional.
Por este sólo hecho nos están señalando con el dedo de que América Latina no es un bloque. Nos atribuyen una división profunda y grave. Por lo tanto, creo que ha llegado la hora de decantarse internacionalmente para borrar la polarización social que se nos atribuye. Debemos hacerlo porque cuando hay polarización, triunfan los extremismos que prefieren la violencia al diálogo, el caos al orden democrático. Y si triunfa el caos, ganan sólo unos pocos a quienes les conviene ocultar su corrupción, mantener las inequidades, las injusticias y los privilegios.
En consecuencia, se hace necesario abrir un diálogo fraterno de verdad, con sinceridad y teniendo por delante una realidad que debemos cambiar. Debemos pensar en grande, con la esperanza de que del intercambio de ideas y el respeto a las ajenas, podemos llegar a los consensos que unifiquen criterios de acción común. Así podremos avanzar y crecer, hasta conseguir ser tomados en cuenta en las grandes decisiones mundiales.
En consecuencia, el “Caso Venezuela” debemos analizarlo en profundidad. Y de él debemos sacar conclusiones valederas para el futuro común de nuestra América morena. Aparecemos como si estuviéramos enfrentando un sistema autárquico con la democracia. Y eso no debiera ser así, porque existen en las sociedades límites morales, tolerantes y solidarios. Y la democracia se debe construir con más democracia.
Hay voces que lanzan calificativos tremendistas, ofensivos en muchos casos. Son los que se abrazan al sistema excluyente y abusivo de quienes quieren mantener sus privilegios vergonzantes. Voces que aplauden lo autárquico y lo convierten en sinónimo de dictadura.
Debemos buscar el equilibrio que elimine los extremos y encontrar la unidad democrática verdadera. Sabemos que hay matices que nos diferencian, pero también sabemos que tenemos la suficiente inteligencia para advertir cuando nos manipulan en uno u otro sentido. Sabemos que detrás de tales manipulaciones hay intereses menores, egoístas e inescrupulosos. Por lo tanto, debemos ser claros en exponer nuestras ideas y dejar que los otros expongan las suyas, con el mismo respeto. Saber decir y saber escuchar.
De tal intercambio de ideas, de aquel diálogo sincero, auténtico y participativo, surgirán las bases y consensos para desarrollarnos y construir una América Latina fuerte y respetada. Entonces se abrirán las grandes vías del crecimiento mutuo en paz y en progreso.