Por Miguel Ángel San Martín, desde Madrid.
La voz de la persona que me llamaba por teléfono me pareció conocida. Claro, era alguien muy cercana a Baltasar Garzón. Con rapidez, pero con rotundidad me señaló: “El Magistrado, junto al también jurista Manuel García Castellón, han dictado orden de detención internacional en contra de Augusto Pinochet”. Y me preguntó con un sentido que me recordó los métodos judiciales: “¿Comprendió lo que le dije?”. Respondí que sí, con una sonrisa. Y colgó.
Sólo esas palabras bastaron para componer una parte del puzle que venía siguiendo desde hacía tiempo. Después de arduas investigaciones, muy en secreto, ambos juristas habían llegado a la conclusión de que podían ¡y debían! llevar a juicio a uno de los dictadores más sanguinarios de la Historia Latinoamericana.
Los documentos que señalan que los conciertos firmados internacionalmente son superiores a la legislación interna de los países firmantes, permitía dar el paso definitivo para que Pinochet fuera procesado en España bajo la acusación de “Crímenes de lesa humanidad”. Por eso, cada uno de estos acuerdos internacionales deben ser firmados por la más alta representación gubernamental de cada país y, además, deben ser ratificados por el Parlamento en pleno. Justamente en eso de basaron estos dos magistrados hispanos.
Recuerdo esto, porque considero que es el primer y fundamental paso para poner en cuestión definitiva no sólo a Pinochet, sino que a todo lo que significó para Chile.
En ese entonces yo era el Corresponsal en España para Radio Cooperativa de Chile. Y como venía siguiendo el caso con mucho sigilo, tenía una información privilegiada proveniente del Poder Judicial español y también desde las instancias gubernamentales chilenas. Por lo tanto, la acción iniciada por los juristas españoles, encabezada por Baltasar Garzón, Magistrado de la Audiencia Nacional, constituía un peldaño importante en la escalera de investigación jurídica internacional que se estudiaba en varios países para combatir a la dictadura sudamericana.
Redacté una nota periodística con un encabezamiento que decía, más o menos así: “Los magistrados españoles Manuel García Castellón y Baltasar Garzón, acaban de emitir una orden internacional de búsqueda y captura en contra de Augusto Pinochet Ugarte, que se encuentra recluido en una clínica de Londres, bajo tratamiento médico”. Y la nota continuaba con detalles que se conocían del viaje de Pinochet a Inglaterra y del alcance de la orden judicial internacional. La Jefatura de Prensa de la emisora me censuró. Con un “Está huevón el Mono”, la Jefa impidió que se emitiera. Dos días después, cuando se produjo la detención de Pinochet por la policía británica, el destacado periodista y conductor de Radio Cooperativa Sergio Campos me dio la noticia por teléfono, señalando que era un “regalo que me hacía por mi cumpleaños (17 de octubre)”. Le respondí que se cumplía lo que había señalado en mi último despacho, el 14 de octubre de 1998. Se sorprendió. No lo sabía. O sea, habían censurado y escondido mi despacho.
Chile vivía en una burbuja de oscurantismo periodístico impresionante. A veces por ceñirse al mandato de quienes usurparon el poder y otras por temor a las represalias. Y, como en este caso, no consideraron la veracidad de una información, sino que comenzaron una campaña de desprestigio de los magistrados y de toda la jurisprudencia hispana. Yo renuncié a la corresponsalía en España, pero la sección de Deportes de la emisora me pidió que continuara con ellos, cosa que seguí haciendo hasta el 2006, con absoluta libertad.
Manuel García Castellón dio un paso al costado en este caso, pero Baltasar Garzón se puso firme en la acción. Y consiguió lo que la Historia ya conoce: el dictador comenzó a perder su impunidad y, sólo con oscuros acuerdos políticos subterráneos, en marzo del 2000, se consiguió salvar su procesamiento en España y fue autorizado su viaje de regreso a Chile.
Garzón pagó también su consecuencia en su propio país, porque la mayoría conservadora de sus pares consiguió expulsarle de su carrera de Magistrado. No le importó, aunque dejó clara la acción retrógrada de la medida que le afectó. Por ello, en muchos países se le sigue reconociendo una intachable actuación personal en beneficio de los más necesitados, de los avasallados por dictaduras o por gobiernos con signos dictatoriales. Ejemplo de lo mismo, es su permanente actitud frente a los problemas chilenos. Y eso, no lo debemos olvidar. Por lo cual el Presidente de Chile, Gabriel Boric, le entregó una medalla de agradecido reconocimiento.