En Chile cada cuatro años elegimos diputados y diputadas y renovamos la mitad del Senado, con la elección del Presidente o Presidenta de la República. Esta fórmula tiene en crisis el sistema político y a todo el país.
Mientras obligamos a ir a votar al electorado, los actores políticos no tienen mayores obligaciones. Por ejemplo, no tienen obligación de cumplir sus promesas, de partida. Tampoco tienen obligación de seguir en los partidos por los cuales se postularon y no están obligados a rendir cuenta pública cada año por su gestión, como lo están todos los servicios públicos. Tampoco tienen obligación de guardar la mínima compostura y las sanciones por faltar a la ética son irrisorias. Podría dar muchas más, pero es que no tienen ninguna obligación.
En la propuesta constitucional que se está elaborando se apunta a la representación. Se pide que para existir los partidos tengan un 5% de la votación nacional u ocho representantes electos. Con ello se pretende arreglar el sistema, pero no bastará. De partida, el Presidente de la República debe ser electo encabezando una lista, de la cual el triunfador tiene mayoría en el Congreso y puede gobernar con las leyes de quórum simple, porque de otro modo es imposible. Esta representación debería renovarse parcialmente a mitad del periodo, porque la gente tiene derecho a evaluar a las y los elegidos.
Un sistema así posibilitaría al Presidente(a) tener aire para sacar adelante el programa de gobierno, porque de lo contrario quedaría el país detenido. Además, el Ejecutivo trabajaría todos los días buscando hacer bien la tarea, pues cada 2 años se sometería al escrutinio popular al renovar la Cámara y el Senado en la mitad de sus miembros.
Hoy el sistema está en crisis y esto se debe a la forma de elegir al Presidente separado del Congreso, y aunque esta propuesta no se trata del parlamentarismo, sino de que la gente sepa quién es quién en una lista, la elección sería más clara y sin díscolos ni aparecidos de la farándula.
Además, la elección por listas supera las exigencias del 5% que se propone, porque los partidos afines concurrirían en una nómina, más allá de la representación que tendrá cada colectividad. Luego, en el Congreso los elegidos se articularían por sus partidos y habría dos grandes bloques o cuatro más pequeños, pero estarían conminados por la ley a trabajar en dos o cuatro grupos.
En el caso del Presidente, para ser elegido se pediría el 50%+1 de los votos de la lista en la Cámara, y en el caso de una primera vuelta donde la primera mayoría de la lista obtuviese más del 15 puntos porcentuales, sería electo de inmediato sin ir a una segunda vuelta. Para resguardar las mayorías del Congreso, el líder del segundo grupo más afín al gobierno pasaría a ser vicepresidente de la República.
Esta fórmula sería explícita y tendría como referencia lo que de hecho pasa hoy en Brasil, donde Geraldo Alckmin, líder del Partido Socialista Brasileño es el vicepresidente de esa nación, secundando a Lula da Silva, líder del Partido de los Trabajadores.
Por ello quedarse en el 5% para dar fortalecimiento a los partidos políticos y al sistema político es muy básico y no resolverá la crisis que hoy, y desde hace 13 años, vivimos en el país.