Cada cierto tiempo aparecen en nuestro país dirigentes políticos que hablan de la economía del conocimiento o de la necesidad de innovar. Un tiempo hablaron de clusters, porque Michael Porter estaba de moda, pero sin conocer a cabalidad lo que la aplicación del concepto significaba en nuestra economía.
El ex ministro Eyzaguirre, como ministro de Hacienda, hizo alguna publicidad al respecto, pero de ello nunca más se supo. Sus ideas no consideraban que las empresas chilenas también fabrican sus insumos en el Asia, porque es mucho más barato allá al contar con mano de obra casi esclava, y porque las Zonas de Procesamiento de las Exportaciones los liberan del pago de todo tipo de impuestos. Toda esta publicidad corresponde al momento del reality en el que se encuentre nuestra clase dirigente, porque en Chile no existe una economía del conocimiento de manera efectiva, sea porque se tiende más a la publicidad que a la acción, o porque el Estado tiene limitaciones constitucionales para intervenir en la economía.
El Estado invierte poco en innovación, se producen muy pocas patentes y seguimos pagando millones en propiedad intelectual al primer mundo. Recién en 2019 se crea el Ministerio de Ciencia y Tecnología y funcionarios vinculados a la investigación científica salen a protestar a las calles por falta de recursos. Pero las soluciones no se encuentran en gastar más, sino por lo menos en desarrollar una mínima coordinación dentro de lo existente repensando la educación.
La discriminación en la educación impide al país aprovechar todas las capacidades intrínsecas de muchos chilenos. Se condena a la desaparición y al anonimato a los Neftalí Reyes y a las Lucila Godoy, como ocurre en toda sociedad segregada. Segregada por barrios, belleza, plata, región y educación.
Xavier Sala i Martin, economista español y profesor de la Universidad de Columbia, opina que el sistema de educación tradicional está entrenando a los niños para hacer lo mismo que hoy hacen los robots. Cree, por el contrario, que hay que enseñarles lo que los robots actualmente no pueden hacer, como ser creativos, críticos y curiosos. En ese sentido, cree que “el enfoque del debate en Chile está equivocado”. “Concentrar los esfuerzos en la edad universitaria no va a resolver el problema de fondo” porque “si no se recibe una educación diferente desde la primaria, lo demás no sirve”.
La derecha le teme a la planificación y a la injerencia del Estado en la economía, pero es imprescindible que haya un ente que explique a los jóvenes, al personal dedicado a la educación, a los colegios, a las universidades cuales son los oficios y profesiones que el país necesita, para algo tan simple como encontrar trabajo. Sin querer perjudicar el negocio de la educación privada, este no será sustentable en el mediano plazo si está produciendo profesionales que no van a ser aptos para satisfacer las necesidades de la industria, o no van a ser requeridos por ella.
La discriminación en la educación impide al país aprovechar todas las capacidades intrínsecas de muchos chilenos. Se condena a la desaparición y al anonimato a los Neftalí Reyes y a las Lucila Godoy, como ocurre en toda sociedad segregada. Segregada por barrios, belleza, plata, región y educación.
Incluso hoy ignoramos si nuestros sistemas educacionales están formando profesionales y técnicos para el uso, arreglo y desarrollo de drones, aunque estos ya se usan masivamente en la minería, la agricultura, la ganadería y aún en la construcción para realizar mapeos, planimetría y termografía de terrenos. Se ignora el número exacto de drones existentes en el país, solo sabemos que cada uno pesa nueve kilos, pero desde que se publicó la normativa DAN 151 en abril del 2015, que regula la utilización de aeronaves a distancia, hasta 2017 había 132 aparatos registrados. Los drones han agilizado etapas, aumentado competitividad y seguridad y, por supuesto, han eliminado la mano de obra que cumplía sus funciones para requerir otra diferente que los maneje, mantenga y repare.
No solo hay drones funcionando en nuestro país, hay tecnología digital en cientos de actividades y esta se desarrolla más día a día. Por ejemplo, una multinacional española, con una inversión superior al millón de dólares, instaló en Chile el primer data center local, el cuarto a nivel mundial, con el que ofrece servicios de cloud computing para todo el Cono Sur. Hay infinitos ejemplos del desarrollo tecnológico que vive Chile, pero que jamás son comentados por la clase política o los noticieros especializados. Siguen anclados en los 90 y se refieren a la pérdida de empleos como sinónimo de crisis cuando ello también puede significar un mayor desarrollo, modernización y aumento de la productividad. Pero, venga de donde venga, el desempleo no es bueno y hay que preocuparse de enfrentarlo, aunque no con respuestas facilistas, dando más garantías a los empleadores o esperando que aumente el precio del cobre.
Hay que enfrentarlo comenzando por la educación. Nuestro sistema educativo funcionó para la era industrial, que requería la hiper especialización, porque cada uno debía ser una pieza sustituible de la misma maquinaria. En la era de la innovación y de la robótica esto ya no es verdad. Se necesita gente capaz de pensar de forma distinta en un mundo pleno de innovación. Como lo definen el ex Ministro del Trabajo de Bill Clinton, Robert Reich, y el sociólogo español, Manuel Castells, los mercados laborales en la economía global se estructuran con trabajadores “autoprogramables”, también llamados “analistas simbólicos” y con trabajadores “genéricos”. Los autoprogramables son profesionales altamente calificados que utilizan el conocimiento como materia prima y reciben una muy buena recompensa económica por ello. Son bilingües y la mayoría cuenta con estudios de postgrado.
Los genéricos, con bajo valor agregado, se agrupan en dos categorías:
Trabajadores de servicios rutinarios de producción, como los obreros de fábricas y los telefonistas, cuya labor puede realizarse desde cualquier parte de la tierra, prueba de ello son las Zonas de Procesamiento de las Exportaciones, ZPE, hoy completamente radicadas fuera de los países que las utilizan.
Trabajadores de servicios en persona, como los cajeros, administrativos, taxistas, camareros, quienes, según el sociólogo Anthony Giddens, protagonizan la “macdonalización” del mundo.”
En Chile, la educación entregada en los barrios de menores ingresos, produce los trabajadores genéricos que no requieren una educación de calidad. Los trabajadores subcontratados por obra o faena, las temporeras de la agricultura, las trabajadoras que desconchan y parten mariscos, las obreras de la salmonicultura, las trabajadoras a domicilio que reciben pago por pieza, todos los que ocupan puestos temporales con bajos salarios y condiciones precarias. La educación entregada en los barrios de mayores ingresos no es mucho mejor que la anterior, pero mejora en las universidades y prepara a los autoprogramables que terminarán sus estudios en Europa o Estados Unidos para ocupar los cargos de alta tecnología que requieren expertos modernos.
Como se puede ver, la discriminación en la educación impide al país aprovechar todas las capacidades intrínsecas de muchos chilenos. Se condena a la desaparición y al anonimato a los Neftalí Reyes y a las Lucila Godoy, como ocurre en toda sociedad segregada. Segregada por barrios, belleza, plata, región y educación.
Por tanto, nuestro Estado no solo deberá invertir en innovación, sino que también deberá asumir la responsabilidad de prepararnos para los nuevos desafíos de una economía digital que generará cada vez menos puestos de trabajo, diseñando planes educativos que permitan desarrollar las inteligencias naturales desde la infancia. Deberá crear todo tipo de estímulos para los más capaces, con becas, maestros adecuados y la creación de centros de estudios por comuna concentrados en invenciones. Deberá diseñar con audacia políticas que impulsen la solidaridad y permitan orientar el ocio y la desocupación hacia la innovación y el emprendimiento.