No hay muchas ganas, más bien bastante pocas. Antes, teníamos quince mil postulantes a Carabineros cada año, declara a la prensa una autoridad en la materia, desde el estallido -continúa- la baja ha sido sostenida.
Pero, en mi opinión, culpar al estallido parece reduccionista. Lo cierto es que sobre Carabineros se ha desatado (para ocupar un lugar común) una tormenta perfecta. Un Alto Mando cuestionado, exgenerales directores y múltiples oficiales formalizados por diversos delitos asociados al vil dinero, sin contar las acusaciones de violaciones a los derechos humanos, principalmente visualizados, si de estallido se trata, en estallidos oculares. La verdad, entonces, es que la mala prensa que ellos mismos se han agenciado, poco puede entusiasmar al bueno de la clase a ingresar a la “Institución”.
En algunos países de nuestra América al sur del Rio Bravo, el uniforme de policía se usa para el chantaje al ciudadano de a pie, incluso en algunos te advierten que, si tienes algún problema, no le pidas ayuda a la policía. Tremo, temo, tiemblo. ¿Iremos hacia allá?
Años atrás, casi cuarenta para ser más precisos, conocí a un ex diputado de la República que, sacudiéndose todavía de su pasantía por el Estadio Nacional y su postítulo en el campo de concentración de Chacabuco, volvía al ejercicio profesional. Me sorprendía la cantidad de Carabineros que lo saludaban en la calle y la de Gendarmes que otro tanto, hacían en la Peni o la otrora Cárcel Pública.
“¿De dónde conoce a tanto paco y tanto gendarme?”, le pregunto. “Son de Cauquenes, de Chanco o de Pelluhue”, me contesta. “Mira cabro -me decía- como diputado pocas cosas podía hacer por la gente individualmente hablando. Sin embargo, como lo que más pedían era pega para sus hijos, lo más fácil para mí era interceder para que ingresaran a Carabineros o Gendarmería, así que mientras fui parlamentario contribuí con no pocos maulinos, que todavía me recuerdan, a engrosar esas filas”.
Esa generación de campesinos que devinieron en carabineros o gendarmes de un Chile que ya no es, está jubilada. Esos tiempos quedaron atrás hace rato. El perfil de los que hoy ingresan a “esas filas” es otro. La cuestión que uno se pregunta es ¿quiénes son? ¿de dónde provienen? ¿quién o qué los motiva?
Debo confesar que después de haber visto varias de las series de narcos en la televisión, el tema no deja de inquietarme, porque los muertos en ejecuciones al estilo de esas series ya están dejando de ser raros en este lindo país esquina. Todas las semanas hay algún crimen de ese estilo. De otro lado, en algunos países de nuestra América al sur del Rio Bravo, el uniforme de policía se usa para el chantaje al ciudadano de a pie, incluso en algunos te advierten que, si tienes algún problema, no le pidas ayuda a la policía.
Tremo, temo, tiemblo. ¿Iremos hacia allá? Razones no faltan. Durante muchos años nos engañamos creyendo que Chile era excepcional. Que las instituciones funcionaban y nuestras autoridades civiles y militares (qué decir de las religiosas) eran de una acrisolada honradez. La reserva moral de la patria, se autodenominaron algunas.
Y aquí estamos y así estamos. Con la realidad estallándonos en la cara. Vuelvo al santo oficio de la memoria y recuerdo un chiste gráfico en la prensa de hace años. Un periodista preguntaba al ministro del Interior si acaso Chile era un pasadizo de la droga. ¡No! Dice rotundo el ministro, pero mirando para otro lado y por debajo expresa, ¡Es una avenida!
Hoy, todo indica que es una Estación, y bien organizada. ¿Estaremos a tiempo de enfrentarla eficazmente con lo que tenemos? Tengo mis dudas, porque ¿Quién aguanta un cañonazo de un millón?