El escenario político pone en duda la capacidad de convivencia pacífica tanto del oficialismo como de la oposición. El tema se acentúa en la derecha porque los partidarios de Kast y de Kayser se empecinan en demoler a la candidata Evelyn Matthei con un lenguaje más que fuerte. En el oficialismo, el maximalismo de connotados militantes del PC y un anticomunismo larvado de sectores de centro izquierda obstaculizan los esfuerzos de Jeannette Jara por desplazar su imagen hacia el centro político, para desligarse lo más posible de su militancia comunista. Todo esto es interpretado como un fracaso de la derecha y del socialismo democrático para darle continuidad a un modelo de convivencia política adversarial en el sistema político, y no uno de enemigos irreconciliables. E implica una tendencia lo más lejano al diálogo y los acuerdos, lo que hace inviable, entre otras cosas, una reforma razonable del sistema político que garantice estabilidad y paz.
Un argumento recurrente es que la tendencia global es a la polarización política, lo que haría convergente el escenario de Chile con esa tendencia. Pero es evidente que en el país ella obedece a causas absolutamente domésticas, mientras que a nivel global expresa tensiones en torno a hegemonía geopolítica y económica entre grandes potencias. En Chile, país muy menor del sistema internacional, la polarización se asienta por el vaciamiento del centro político, el que en toda democracia es el núcleo de estabilidad de todo el sistema. Ese vaciamiento genera y profundiza la fragmentación de la representación política, y vectores inestables para su ejercicio. La manifestación más evidente en Chile han sido los dos procesos constitucionales fallidos de años anteriores.
Una óptica puramente mecánica de la política, confirma que las posiciones polares se retroalimentan mutuamente. Debido a que los extremos ideológicos se friccionan entre sí sin mediaciones, imantando y satelizando el resto del entorno político produciendo un ciclo vicioso de y entre las posturas más radicales, impulsado por un combustible social que en el caso de Chile es el miedo y la inseguridad ciudadanas. La política no es una ciencia exacta sino un arte de convicción y voluntad, que depende en gran medida de la intuición y calidad de la elite encargada de administrar el poder. Sobre todo, en sociedades plurales. Es más que plausible que la falla del país está ahí y no en la existencia de problemas complejos.
El marcado vaciamiento político del centro es en Chile el resultado de esa falencia. La inexistencia hoy de representación política orgánica y de liderazgos de rasgo doctrinario de centro no populista, deja fuera de representación a más de la mitad del electorado nacional. Los partidos políticos que durante décadas articularon el nudo central de la política chilena post dictatorial han experimentado un marcado colapso electoral, tanto en la izquierda como en la derecha. En un corto ciclo de tiempo, además de dos procesos constitucionales fallidos dominados alternadamente por fuerzas radicales de izquierda y derecha, ha emergido en ambos sectores una “generación digital” de la política, afecta a la manipulación tecnológica y a la exclusión de la otredad cívica que caracteriza una verdadera democracia.
En ese mismo ciclo y proceso mando en surgió una rearticulación del escenario político que profundizó y proyectó la fractura política, especialmente en la segunda década del Siglo XXI, hasta el actual escenario presidencial y parlamentario. Es el gran fracaso del PS, del PPD, de la DC, de la UDI, de RN que fueron decayendo en estrechas visiones políticas sobre el país.
Las matemáticas simples de la ecuación electoral actual sugieren que José Antonio Kast tiene la primera opción para pasar a segunda vuelta presidencial. Es un radical ideológico que basa su postulación en seguridad pura y dura. Al frente está Jeannette Jara del Partido Comunista, una representante de la izquierda radical, orientada por un cálculo pragmático de continuidad centrista, que le dé un aire socialdemócrata. Así, el vacío del centro político ha favorecido los extremos electorales ideológicos de fórmulas simples: la oferta de “mano dura” ante la incapacidad institucional del Estado chileno para gobernar su seguridad (Kast); y “estatismo a la chilena” basado en la disciplina orgánica del PC que maniobrando al interior de la coalición logró ganar la representación del sector (Jara). De este escenario polarizado no surge en absoluto una idea o programa de país.
Sostener que una alternativa de esta naturaleza es normal y no supone un riesgo para la paz social puede ser un error grave. Al menos por dos razones. La primera es que la adhesión ciudadana al sistema político podría verse debilitada en extremo si del resultado electoral final con voto obligatorio, un tercio o más de la ciudadanía vota nulo o blanco. En ese caso, la polarización dificulta una mayoría de gobierno a partir del balotaje, lo que incidiría en la legitimidad política de las decisiones del nuevo gobierno.
La segunda, es que el ejercicio de autoridad y de estabilidad institucional y operativa del Estado, si bien el régimen político es presidencial, dependería fácticamente de una sincronía y/o distancia del gobierno con la representación parlamentaria. Algo que ya aparece en la discusión actual y ya es un tema de gobernanza ex-ante.
La complejidad de todo lo descrito puede apreciarse tanto en la discusión y crisis de la Democracia Cristiana frente a la opción de apoyar o no la candidatura de Jara; y la derecha, en las querellas de Evelyn Matthei por el trato agresivo que le brindan sus adversarios republicanos. El ruido proviene de frases como “nunca votaría por” o “en segunda vuelta no apoyaré a”.
La pregunta que surge de ello es ¿a dónde van a ir a buscar los votos los contendientes del balotaje? Seguramente al centro político. Y dadas las circunstancias podrían hacerlo con un slogan común: “TODOS CONTRA EL MIEDO Y LA INSEGURIDAD”.