“Pasé de todo, pero no le tengo odio a nadie”.
José “Pepe” Mujica, así resumió su agitada vida. Uruguay un pequeño país, nos entregó un gigante carismático que asombró al continente americano por su honestidad.
Ese permanente compromiso se tradujo en una consecuencia inalterable en el actuar y en el decir. Pocos estadistas en el mundo, pueden mostrar tanto recato, en este siglo. Una lección que debemos aprender todos y todas, manteniendo su memoria presente, especialmente en estos tiempos tan materialista.
Un hombre excepcional que nos dejó como herencia, un ejemplo de humanidad. Vivió con absoluta sobriedad, sin ostentar el poder, durante su larga trayectoria política. Por su humildad fue reconocido y admirado por sus pares, aunque algunos con un dejo de sana envidia.
Nada ni nadie lo corrompió, admirado por moros y cristianos, sobradamente querido por sus compatriotas, con sus defectos y enormes virtudes, las que le permitieron ganarse una admiración universal.
Tupamaro en su juventud, luchador incansable contra la dictadura cívico-militar, en su país, (1973-1985), cuando la mayoría de las naciones latinoamericanas estaban subyugadas a gobiernos tiránicos, impuesto por viles intereses económicos. Fue la decisión norteamericana instalar gobiernos de facto, con corruptos militares, tras cruentos golpes de estado.
El líder fue arrestado, torturado, baleado, encarcelado, por más de 14 años, donde los mínimos derechos humanos eran una quimera. Varias veces se escapó de sus crueles condiciones de preso político, Para el valor de la libertad fue siempre una lucha insustituible. La justicia social la llevaba impregnada en su corazón rebelde.
La fortaleza de sus principios, la consecuencia de sus acciones y la profunda fe en la democracia le permitió sobrevivir. La amnistía otorgada le impulsó al camino de la convivencia pacífica. Fue electo Diputado en 1994, Senador 1994- 2004 y ministro de Agricultura y Pesca del gobierno de su correligionario Tabaré Vásquez.
Uruguay, una nación con apenas cuatro millones de habitantes, en noviembre de 2009 lo elige presidente con el 52,39 % de los votos. Un triunfo del Frente Amplio, donde Lucía Topolansky, su esposa senadora, le toma el juramento.
La historia se comienza a tejer, un capítulo diferente, en los pueblos al norte del río Bravo, Una poderosa ola de resurgimiento democrático vuelve, en la maltratada América. Chile entre otras naciones, logra recuperar su libertad en 1990.
“El verdadero triunfo en la vida es levantarse y volver a empezar”, una de sus máximas que lo retratan de cuerpo y alma. Ante la adversidad, solo hay que seguir caminando, los sufrimientos se apagan cuando el pueblo comienza a sentir que son personas, de derechos y deberes.
Sus discursos eran de una profundidad filosófica impecable, iban dirigidos principalmente a la juventud, que no conocía otro camino, el consumismo exacerbado, que los alejaba del verdadero sentido de la vida: ser feliz.
Pudo seguir gobernando a Uruguay. Se retiró a su chacra, en las afueras de Montevideo, en su característico antiguo auto escarabajo, en su modesta residencia, allí recibía a dignatarios, entregando generosamente sus sabios concejos. Aborrecía cualquiera dictadura del signo que fueran.
No estuvo exento de chascarros, sus salidas de madre fueron notables, sin pelos en la lengua, su crítica mordaz más de algún personaje público la sufrió en carne propia. Con el debido respeto, terminaba sus duros comentarios donde fuera.
Gandhi, Mandela, Mujica, qué tienen en común que los hacen diferentes. Su amor por la vida, la felicidad de su gente, el respeto a la tierra, la transparencia absoluta, la lucha contra la generalizada corrupción. Una imperecedera lección que no debemos olvidar. Don Pepe, hacen falta muchos como usted.