En un sistema democrático, abierto y plural como el chileno, todo mecanismo de selección, ejercicio y reproducción del poder político será usado, indefectiblemente, hasta que se agoten sus usos legales o se haya conseguido el interés perseguido por un actor político. Esa es la primera mirada que se debe considerar para responder si efectivamente las primarias son útiles o simplemente basura política de utilería.
La segunda mirada, es si en Chile, con un sistema de doble vuelta electoral o ballotage, voto obligatorio y múltiples y pequeñas alianzas políticas al interior de dos o tres conjuntos gaseosos e inorgánicos de sectores políticos, las primarias electorales para elegir presidente aportan o son solo un bluff para negociar algo, usando en extremo la legalidad de las primarias. Tal vez sean útiles para dirimir candidaturas en bloques compactos de alianzas políticas parlamentarias, lo que implica una fortaleza orgánica, doctrinal y programática de partidos que Chile no tiene. Y, por lo tanto, el bloque parlamentario siempre quedará al arbitrio de la negociación. Lo que hace que las primarias tengan sentido solo al interior de los partidos, que fue su vocación de origen antes que el maniqueísmo político o las circunstancias, hicieran de ellas una regla noble pero hipotética de participación. La conclusión es que las primarias presidenciales son de utilería política para el mal fraccional que agobia al sistema político chileno.
La cantidad de candidatos presidenciales, reales o de interés, existentes, hace fútil el ejercicio del cálculo racional e introduce un elemento de azar en la competencia. Los candidatos, de todo el espectro político esta vez, por ejemplo, no han buscado levantar seriamente primarias programáticas para alcanzar la meta doble de tener un candidato y, a la vez, alcanzar la cohesión política que les permita construir un bloque de poder y gobierno mediante el triunfo electoral. Por el contrario, se esfuerzan en diferenciarse para, según se supone, salir a buscar después del triunfo los votos amigos y la alianza de gobierno. La coalición oficialista actual es el ejemplo extremo de ello.
Por otro lado, lo peor del fraccionamiento político no es que exista, sino que quienes dicen querer remediarlo empleen de manera insincera los mecanismos del sistema político y, al mismo tiempo, busquen expulsar a las minorías aplicando reglas porcentuales como el 4 o 5 por ciento de votos, que en estricto rigor, lesiona el interés de mayoría de cualquier minoría emergente. Solo un dato, de un padrón de 15 millones y medio de electores, el número total de todos los inscritos en todos los registros de todos los partidos políticos, no supera los 500 mil ciudadanos.
Coherentemente con lo anterior, el promedio de todas las encuestas aplicadas hasta ahora indica que el 42% del ese padrón se declara independiente de cualquier partido, de la izquierda a la derecha y viceversa. Y de 155 diputados 43 son independientes entre una docena o mas de partidos con 1 parlamentario.
En la actual elección presidencial, con la eventualidad de tres candidatos de la derecha y dos o tres de la izquierda en la papeleta de primera vuelta, más dos o tres del centro, parece inevitable que se introduzca un elemento de azar en el resultado final. Y qué decir en las parlamentarias. Pero siempre y cuando todos los contendientes estén orientados a elementos de continuidad institucional y no a reversiones abruptas o cambios de modos de convivencia social. La mixtura de fraccionamiento político, anomia institucional, disolución de autoridad, problemas de seguridad interna y externas, con intentos de cambio de reglas del juego, harían de la gobernanza del sistema político y la estabilidad la tarea más compleja. Ese es el azar de una candidatura fuerte asistémica tanto en la derecha como en la izquierda, bajo la idea de polarización.
En tales condiciones una buena regla de la política es simplificar la agenda, y en ello está eliminar ahora, y con la reforma política también hacia el futuro, las primarias e ir derechamente a la papeleta de primera vuelta. La racionalidad de la gente seleccionará de manera clara según la regla democrática sin cercos artificiales que inhiban lo acordado: voto obligatorio con primera y segunda vuelta. Es responsabilidad de los partidos proponer su mejor candidato, de los ciudadanos elegirlo.