En menos de una semana desde la toma de poder de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, su discurso de toma de posesión adquiere fisonomía práctica y concreta en la expulsión de migrantes y las retaliaciones comerciales a los países que se opongan a la medida. Brasil, Colombia y en cierta medida México, lo han hecho. Colombia hace menos de 24 horas se negó a permitir el aterrizaje de aviones militares llenos de migrantes deportados, recibiendo de inmediato una retaliación consistente en alza de 25% de aranceles al café que se exporta a EE.UU. escalable a 50% en una semana. A su vez, Brasil ya ha reclamado por la deportación de 100 ciudadanos que llegaron esposados desde ese país.
Pero se trata del viejo juego “soy el rey del barrio”, que abre todas las puertas a la desconfianza política.
Las expulsiones, que podrían aparecer como una decisión soberana de Washington D.C. y que debieran ser atendidas y entendidas por los países de origen de los deportados, en realidad son un acto de prepotencia injustificada que incluye violación flagrante de reglas legales del propio gobierno norteamericano para tramitar visas internas, entre ellas, la eliminación del CPB One una aplicación creada por Joseph Biden para un proceso legal ordenado del tema. Esto y otras cosas se borraron de un plumazo, los inmigrantes han empezado a esconderse en aquellas zonas agrícolas donde son mayoría como mano de obra, y las deportaciones resultan más una humillación política gratuita a otros países, que puede revertirse en malestar entre los agricultores del suroeste norteamericano.
En el proceso previo sobre migraciones, todos los países directamente involucrados en el tema han respondido de manera positiva. Desde el año 2024 Colombia y otros comenzaron a aceptar vuelos de deportación financiados por Estados Unidos a través de Panamá. Según Witness at the Border (Testigo en la Frontera) ONG que monitorea el sistema ICE Air Flights del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados usado para transportar inmigrantes bajo custodia del gobierno estadounidense, Colombia aceptó 475 vuelos de deportación de Estados Unidos entre 2020 y 2024. Y solo en 2024 aceptó 124. Lo que la ubica en el quinto lugar detrás de Guatemala, Honduras, México y El Salvador.
Entonces la región está ante un problema grueso de relaciones internacionales que incluye la remodelación de las condiciones y modos en que los países del hemisferio deben relacionarse con Estados Unidos. Y ello incluye tanto los temas migratorios, como los comerciales y arancelarios, los impactos climáticos y las alianzas políticas. Crecientemente, los países experimentarán presiones geopolíticas y sobre su orden institucional interno, con una ideología interpretativa de la democracia implementada por el Departamento de Estado de EE.UU. Porque el cambio fáctico no es en el vacío sino en la disputa global por el control de la sociedad tecnológica.
El discurso de toma de mando de Donald Trump difiere muy poco en forma y contenido de la propaganda nazi sobre el Reich de los Mil Años. Particularmente con las ideas básicas de supremacía racial y cultural, destino histórico (o destino manifiesto según James Monroe), unidad nacional del país líder basada en la unanimidad, y una propaganda de tono mesiánico y providencial que evoca un reino ideal en la tierra. Las frases finales del discurso son ejemplares de ello: “Nuestro poder detendrá todas las guerras y traerá un nuevo espíritu de unidad a un mundo enfadado, violento y totalmente impredecible. América volverá a ser respetada y admirada, incluso por las personas de religión, fe y buena voluntad. Seremos prósperos. Estaremos orgullosos. Seremos fuertes y ganaremos como nunca antes. No nos conquistarán. No nos intimidarán. No nos doblegarán y no fracasaremos. A partir de hoy, los Estados Unidos de América serán una nación libre, soberana e independiente. Nos levantaremos con valentía. Viviremos con orgullo. Soñaremos con audacia y nada se interpondrá en nuestro camino porque somos estadounidenses”.
A ello debe agregarse imprevisibilidad, premura, distorsión de la realidad y prepotencia. Todo estará sujeto a negociación, sin reconocimiento de reglas previas existentes. El realismo y la fuerza en su más cruda expresión, incluido lo militar y la seguridad.
Frente a ello, solo un núcleo de gobierno sólido y claro, dirigiendo un país con instituciones fuertes y capaces de resolver sus problemas internos mínimos, podrá sentarse a opinar con puntos de vista propios sobre temas que mayormente tendrán carácter bilateral antes que multilateral. El problema es que no se trata de cuatro años sino de un proyecto político que ha alineado, por el momento, a todo EE.UU, sus instituciones y su industria digital, frente a países con democracias débiles, inexistentes o bajo asedio, en gran parte de la región.