Miguel Ángel San Martín, desde Madrid
Cada cierto tiempo señalo en mis columnas temas relacionados con la autodestrucción de los humanos. Y eso se debe, según mi criterio, a que considero a las guerras como la derrota de la inteligencia. No es posible aceptar que la gente se mate por mezquinos intereses económicos, imperiales o de baja política. Esos intereses, que son minoritarios e inmorales, obedecen a personas que lucran con ellas, que negocian con las armas, con los proyectiles, con las máquinas especialmente elaboradas para matar. Y obedecen a los que lucran con los productos sanitarios, las medicinas, el equipamiento hospitalario. Y también lucran las empresas encargadas de las reconstrucciones, de las que hacen caminos, puentes y edificios. En resumen, las guerras son motivadas por unas incontroladas ansias de poder y por la codicia del dinero. Las pagamos nosotros, la gente común, aportando la sangre de nuestros jóvenes, de nuestros niños, de nuestras mujeres y de los ancianos, porque la muerte nos llega indiscriminadamente.
¿Quién puede detener una mano fuertemente armada cuando descarga su fiebre contra inocentes? ¿Quién es capaz de rebatir los argumentos falaces de quienes promueven las guerras, impulsados por las ansias de poder, de dinero, de una grandeza material ficticia?
Pienso en los más de 50 mil muertos registrados en el Medio Oriente. Los miles de sepultados entre las ruinas de ciudades completamente destruidas. En las decenas de miles de niños, de mujeres, de ancianos fallecidos por la metralla genocida. Y también pienso en los que provocaron la reacción brutal, desproporcionada del matón de la zona. También los provocadores entran en la categoría de los irresponsables que no valoran la vida humana.
Igualmente, pienso en los miles de víctimas provocados por un insensato abusador que invade para hacerse con más territorio, para notificar al mundo, en especial a su rival mayor, de que tiene fuerza destructiva y decisión de emplearla sin medir las consecuencias. Y a ese rival le dice que no lo quiere cerca. Sin duda que es un pensamiento imperialista, heredado de épocas pretéritas, que tampoco valoraba la vida de personas inocentes.
¿Cuántos conflictos bélicos existen en estos momentos en el mundo? El estudio sobre la paz global, realizado por el Institute for Economics and Peace, nos señala que son 56 las guerras que permanecen activas, con 96 países involucrados más allá de sus fronteras. El Medio Oriente en llamas, Ucrania se defiende como puede de una invasión criminal, otros conflictos poco difundidos, poco conocidos, como en Burkina Faso, Somalía, Sudán, Yemen, Siria, Nigeria…en fin, así hasta llegar a 56 guerras. Esta es la mayor conflictividad bélica que se registra en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) nació el 24 de octubre de 1945. Se creó, justamente, ante la enorme hecatombe humana provocada por la Segunda Guerra Mundial, para mantener la paz y la seguridad internacionales, fomentar las relaciones de amistad entre las naciones, lograr la cooperación internacional y convertirse en centro que armonice las acciones de las naciones. A pesar de contar con 193 estados asociados y dos como observadores, hoy está puesta en cuestionamiento por los belicistas. No les conviene la paz y no hacen caso a sus decisiones.
¿Será necesario crear una nueva ONU después de una tercera guerra mundial? ¿Quedará algo humano después de una guerra donde se emplearía una nueva tecnología de mortandad?
Si a toda esta visión pesimista que el mundo nos presenta, le agregamos el deterioro que le estamos causando a nuestro medio ambiente, también por causa de intereses particulares o de grupos excluyentes y bastardos, no podemos dejar de pensar de que el ser humano es el mayor depredador del planeta.
Y todo eso, a pesar de que somos los seres más inteligentes que habitamos el planeta tierra.