Por Silvia Withaker
Hablo en nombre de Viva Chile, que es un grupo de exiliados brasileños que se juntaron ahora, a los 50 años del golpe, para venir a expresar su apoyo a la democracia chilena y su gratitud al presidente Allende y al pueblo chileno por haberlos acogido cuando eran perseguidos por la dictadura brasileña.
Yo fui niña en Chile. Y como tantos, dejé de ser niña el 11 de septiembre del 73. Soy una de tantos niños brasileños que fueron felices en Chile en aquellos años tan especiales de la Unidad Popular. Una infancia donde se mezclan los recuerdos de cordillera, de condorito y de manifestaciones donde saltábamos como ranas – porque no éramos momios – felices en medio a tanta gente que estaba junta construyendo un mundo mejor.
Esa fue la cuna en la que tuvimos la suerte de crecer antes que nos atropellara la violencia y el espanto. Todos sabían lo que se venía, pero nosotros no. Éramos niños. Se nos vino encima de la forma más imprevista y dramática. A unos les tocó mucho mas duro que a otros, pero a todos nos tocó muy fuerte.
Fuimos abruptamente arrancados a nuestras vidas – la casa, los amigos, el perro, la inocencia – y nos llevamos con nosotros, a las diferentes partes del mundo donde nos tocó seguir el exilio de nuestros padres, la herida de Chile y también la conciencia de que nos cabía el deber de ser esos otros hombres y mujeres que vendrían después de los tiempos grises a abrir las grandes alamedas en Chile, en Brasil y en toda nuestra patria grande latinoamericana, y después seguir siempre peleando para mantenerlas abiertas.
Fuimos niños chilenos y nunca más dejamos de ser chilenos. De allí el significado tan especial de esta ceremonia en la que se abrazan nuestros dos países.
A los compañeros brasileños que perdieron su vida acá, a los que hoy rendimos homenaje, los chilenos no los olvidaron. Para cada uno de ellos, al salir de la dictadura, se abrieron investigaciones judiciales – e incluso en el caso de uno de ellos, Tulio Quintiliano, la condena de sus asesinos se encuentra en este momento en la Suprema Corte, donde se debe estar juzgando muy pronto. Los muertos y desaparecidos de la dictadura brasileña todavía no han tenido ese derecho de justicia, y seguimos y seguiremos luchando para que lo tengan un día.
Por eso la ceremonia de hoy tiene varias dimensiones de enorme importancia:
En primer lugar porque esta ceremonia, con la participación de la embajada de Brasil y de nuestros ministros de justicia y de derechos humanos, representa por fin, después de 50 años, el reconocimiento por el Estado brasileño de la memoria de nuestros compatriotas a los que en aquel momento, cuando se los cazaba, detenía y mataba por el simple hecho de que fueran brasileños, no solo negó asistencia sino que incluso colaboró para perseguirlos. Este paso adelante, aun cuando se dé 50 años después, es enorme.
Esta ceremonia es también un acto que tiene el simbolismo de una ceremonia fúnebre que fue negada a los deudos de estos compañeros cuyos cuerpos o bien no se entregaron a sus familiares, o bien siguen hasta el día de hoy desaparecidos.
Y por último, esta ceremonia es también un momento de gran emoción en que se vuelve realidad, textualmente, la canción de Pablo Milanés, que nos acompañó en todos estos años: “yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada, y en una hermosa plaza liberada me detendré a llorar por los ausentes”.
Muchas gracias.
Más de 100 brasileños viajaron a agradecer la acogida de Chile y recorrieron lugares donde vivieron en su infancia.
La alcaldesa de Santiago, Irací Hassler, junto a los ministros brasileños de Justicia, Flávio Dino, y el de Derechos Humanos, Silvio de Almeida, y el embajador del Presidente Lula encabezaron la ceremonia en Plaza Brasil.