Me tocó estrechar su mano que sabía estaba ensangrentada. Fue la mañana del 7 de septiembre de 1990, día en que presentó sus «Memorias de un Soldado».
Yo trabajaba en Radio Chilena y el jefe me envió donde ningún colega quería ir. Llegué al actual Ministerio de Defensa, donde funcionaba la Comandancia en Jefe del Ejército, en calle Zenteno.
Una nube de periodistas, muchos de ellos o la gran mayoría partidarios de la Dictadura, se agolparon para ser los primeros en saludarlo. Detrás de las puertas blancas de doble hoja seguía estando el poder. Yo me puse de los últimos, porque debíamos esperarlo formados. Nosotros de un lado y del otro, sobre unos arrimos, apilados estaban los ejemplares de «Camino Recorrido: Memorias de un Soldado».
De pronto se abrió la puerta de la kitchenette, oh sorpresa, era él. Yo que era el último de la fila, pasé a ser el primero.
«Yo a usted no lo conozco», me dijo con una leve sonrisa, junto con darme la mano.
-«Yo a usted sí lo conozco», atiné a decirle, también con una leve sonrisa.
Lo que pareció eterno fue el apretón de manos, porque yo no se la soltaba mientras lo miraba a los ojos, de modo profundo. Me acordé de mis cuñados asesinados por pensar distinto, por los miles de desaparecidos, torturados, asesinados y exiliados. Claro que lo conocía. «Por sus obras los conoceréis» decía Jesús, según el evangelista Mateo.
Pinochet me miró fijamente, pero su molestia fue tal porque no le soltaba la mano, que me entregó de malas ganas un ejemplar y se marchó, dejando órdenes a sus subordinados para que les repartieran al resto.
Los colegas que no fueron saludados por Pinochet me preguntaban, con rabia, ¿Qué le dijiste?
Esa mañana, la única vez que tuve a Pinochet cara a cara, el Dictador se taimó y se fue cual «estadista».