Aunque bien pensado pudo ser un lapsus linguae en el riguroso sentido del término, más pareció un “lapsus calami”, por la asociación que en principio uno puede hacer con el vocablo calamidad.
Pero no, más bien parece una traición a mansalva del inconsciente, del peso de la alcurnia, de los tantos antepasados con alfombra, del sentido de pertenencia a la criolla aristocracia, a esa que se desarrolló a punta de encomiendas de indios y mercedes de tierras y que durante el siglo XX regaron con gratuitos y lucrativos derechos de agua.
Me estoy refiriendo a los dichos del senador Manuel José Ossandón Irarrázabal. Como sabrán, el Cote, en una entrevista radial señaló que en la nueva constitución se estaba transformando a los pueblos originarios en ciudadanos de primera clase al asegurarle cupos en todos los estamentos del Estado. Qué quedará para la mujer entonces, puede uno preguntarse, pues siguiendo su lógica, con la paridad que cruza todo texto constitucional que se plebiscitará, no solo aseguran un cupo, sino la mitad de ellos.
No hay caso, la derecha chilensis no logra desprenderse de sus etiquetas, no quiere cohesión, prefiere la segregación, la educativa, la laboral, la sexual, la racial. No entiende que estamos en otra época, que así como otros han entendido que el mercado es necesario, ellos deben entender que, para que funcione, debe ser abierto y no exclusivo, donde al Estado no solo debe regular sino también participar si es necesario.
En su concepción, intentando entrar en su racionamiento, y pese a su discurso sobre la derecha social, lo más probable es que le cueste entender que lo mapuche no es folclor paisajístico, artesanía veraniega, empleada de casa particular o maestro panadero. Dudo que entienda lo que es una cosmovisión, la ancestralidad de un pueblo nación inserto en un Estado que le ha sido ajeno. ¿Y la mujer? Bueno no le he escuchado referencias directas a ella, pero son de los temas que su sector aún no logra deglutir. Entender que el tiempo de la sumisión ya no es de esta época, que el cuerpo es de ellas, que a sus ovarios no entran los rosarios, y que no se las puede profesionalizar en el concepto que quisieran con una carrera especialmente creada al efecto, llamada algo así como Administración del Hogar como la que ofrecía hasta no hace mucho la Universidad de los Andes de donde egresarían mujeres especialistas en ser tan lindas, como silentes y sumisas.
Sus palabras son el reflejo de lo que Vargas Llosa llamó la “derecha cavernaria”, esa que se resiste a asumir que Chile cambió y que los diecisiete años de dictadura, donde recuperaron lo perdido en los últimos cincuenta que precedieron a 1973, sólo fueron un paréntesis en la larga lucha por la reivindicación inevitable de los derechos sociales, que en el mundo se viene dando desde hace doscientos años y que en Chile ha sido particularmente dramática para los sectores populares si consideramos las vidas que ha costado. Para que vamos a entrar en detalles.
No niego que en este país existe una derecha moderna que legítimamente defiende sus intereses. Sin embargo, a la hora de los “quiubos”, esa derecha termina siempre por ceder a la arcaica, para no dejar de pertenecer. Se pierde y confunde con lo rancio, porque lo que finalmente defiende a ultranza son sus privilegios de clase. Ese sector forma una casta dominante, que jamás llamará marraqueta a lo que denominan pan francés y que si no fuera porque sería mucho pedir, les encantaría que en el fundo una peonada servil llamara al patriarca “su Merced”, “Misiá” a la dueña de casa y que, subyugados, confesaran sus pecados al cura en la capilla, para que este advierta al patrón, en el l almuerzo después de misa, lo que pasa por la cabeza de esos tunantes.
No hay caso, la derecha chilensis no logra desprenderse de sus etiquetas, no quiere cohesión, prefiere la segregación, la educativa, la laboral, la sexual, la racial. No entiende que estamos en otra época, que así como otros han entendido que el mercado es necesario, ellos deben entender que, para que funcione, debe ser abierto y no exclusivo, donde al Estado no solo debe regular sino también participar si es necesario. Que ya es hora de competir en vez de coludir. Que las personas tienen derecho a desarrollarse según mejor les parezca, que la mujer tiene derecho exclusivo y excluyente sobre su cuerpo y que la autodeterminación de los pueblos, su particular cosmovisión y autonomía no pone en peligro la gobernabilidad, sino que la enriquece.
Pero ceder es perder y de eso no los vamos a convencer. Un, dos, tres…